El valor del esfuerzo personal



Existió una niña que lloraba muy fácilmente. Si algo no era de su agrado o le parecía realmente difícil rápidamente grandes lagrimones rodaban por su cara.
Era su manera de conseguir las cosas, llorando.
Frente a ella, había otro niño que día a día se esforzaba por lograr aquello que quería con una actitud alegre. Puede que la niña consiguiera muchas más cosas que el niño pero realmente ¿se las merecía? ¿se había esforzado por conseguirlas? Dicen por ahí que no hay mejor satisfacción que el trabajo bien realizado y si encima lo realizas con alegría, mejor.
¿Se lo pasaba bien la niña obteniendo recompensas con su cara de lástima llena de lágrimas? No. Su vida se reducía a ir dando pena por las esquinas.
Sin embargo, un día la actitud de la niña cambió. Ella misma se dio cuenta de que tener un espíritu alegre es la mejor recompensa de todas. El esfuerzo apareció en su vida y, si bien le costaba obtener aquello que quería, descubrió que su día a día era mucho mejor: lleno de sonrisas y satisfacciones.
Los amigos de la niña aumentaron considerablemente pues todos querían estar con aquella alegre niña que tanto ayudaba a los demás.
A veces no obtenía lo que se proponía pero lo aceptaba pues sabía que su actitud y esfuerzo habían sido inmejorables. Eso la colmaba de alegría.

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