La alegría es algo simple, pero no sencillo. Es simple apreciar si una persona es alegre o no, y la forma en la que ilumina a los demás, sin embargo tratar de ser una persona así no es sencillo. La alegría es un gozo del espíritu. Los seres humanos conocemos muy bien el sufrimiento y el dolor, y quienes han perdido a un ser querido lo han experimentado en toda su profundidad. Pues así como conoce el dolor y el sufrimiento, es capaz de tener las sensaciones opuestas: bienestar y ¿felicidad? Sí, felicidad. Sin embargo la alegría es distinta del dolor, pues el dolor generalmente tiene causas externas: un golpe, un acontecimiento trágico, una situación difícil. Y la alegría es exactamente al revés, proviene del interior. De nuestra alma, hay un bienestar, una paz que se reflejan en todo nuestro cuerpo: sonreímos, andamos por ahí tarareando o silbando una tonadita, nos volvemos solícitos… El cambio es realmente espectacular, tanto que suele contagiar a quienes están alrededor de una persona así. La alegría surge, en primer lugar, de una actitud, la de decidir cómo afronta nuestro espíritu las cosas que nos rodean. Quien se deja afectar por las cosas malas, elige sufrir.
Quien decide hacer lo correcto y buenas acciones, entonces se acerca más a una alegría. Una alegría que viene desde adentro. La fuente más común, profunda y grande de la alegría es el amor, particularmente el amor en pareja. ¿Quién no se siente alegre cuando recién conoció a una persona que le gusta? Aún más, ¿quién no ve el mundo diferente cuando se da cuenta de que esa persona, además, está interesada en nosotros? El amor rejuvenece y es una fuente espontánea y profunda de alegría. Ese amor es, efectivamente, el principal combustible para estar alegres. Quien no ama, no ríe. Y es por eso que el egoísta sufre, y nunca está alegre. Ama a tu prójimo, como a ti mismo, sé menos crítico, más comprensivo y vive en el ahora y serás feliz. Nuestra solución.
José Melamed (joemelamed@yahoo.com )
Tomado del Diario “El Universal“