Podemos aprender modelos que fomenten los estados de negatividad e infelicidad o todo lo contrario, que faciliten los procesos de alegría y bienestar y contribuyan a nuestra superación personal.
La comodidad, la satisfacción y la felicidad suelen pasar desapercibidas porque son nuestro estado más habitual. El bienestar constituye un estado tan normal y aceptable que hemos desarrollado muchas menos palabras para describirlo en comparación con las que disponemos para hablar de malestar o infelicidad.
Somos capaces de hablar de forma elaborada sobre nuestro dolor o nuestra tristeza, describiendo con gran detalle todos los síntomas que los acompañan. Si alguien te pregunta cómo estás, la insatisfacción o la desgracia pueden ocupar toda una conversación. En cambio, expresar con palabras tu bienestar puede reducirse a algo tan simple como: “Sí, estoy muy bien” o “bien, gracias”.
En cierto modo, resulta muy normal, natural y comprensible que el dolor, el sufrimiento y las emociones no deseadas capten nuestra atención de forma tan persistente. El hambre no es precisamente agradable, pero tiene una función muy concreta: avisarnos de que necesitamos comer. El dolor físico es algo que todos intentamos evitar, pero la capacidad de sufrir ha evolucionado para protegernos de situaciones susceptibles de provocar daños inmediatos o futuros en los tejidos corporales.
Sin embargo, también es necesario que nos recreemos en nuestros estados de bienestar. Si alcanzamos un confortable estado de bienestar debemos darle la importancia que se merece e intentar que no pase desapercibido