Juzgar a los demás: Un hábito común en personas frustradas


“Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo, que juzgar a los demás”
(Antoine de Saint Exupéry)
Las personas sea cual sea su religión, condición social o procedencia, ansían que la justicia sea aplicada en la sociedad.
Hablar de justicia implica tratar innumerables cuestiones, pero en este artículo vamos a centrarnos en un plano que no tiene nada que ver con el derecho canónico, sino con el sentir psicológico de juzgar y ser juzgado en la vida diaria.
Podríamos decir que ciertas personas no juzgan situaciones de forma puntual y aislada, si no que han asumido el papel de juez para los pequeños eventos de la existencia de los demás sin que nadie se lo haya pedido.

Evidentemente, esto es un error porque ni tan siquiera un juez debe serlo más allá del estrado asignado para desempeñar su función.
¿Por qué la sociedad está llena de falsos jueces?, ¿por qué asumen sus juicios de valor como válidos para ellos y para los demás?, ¿cómo han llegado hasta ese punto?
“Odio los juicios que solo aplastan y no transforman”
(Elías Canetti)



Será interesante ver algunas características que comparten estos jueces sin mazo, ni con una larga peluca blanca; pero que en ocasiones, ejercen de ejecutores de sentencias más dañinas y tóxicas con los que tienen a su alrededor.

Las personas que juzgan a los demás:

Suelen detestar gran parte de su vida, por eso intentan en la medida de lo posible conseguir intoxicar a los demás.
-No están satisfechas con lo que hacen y llevan francamente mal que alguien si esté satisfecho con su ocupación en la vida.
No son fáciles de detectar, porque no son personas frías, ni en general tampoco tienen malos sentimientos. Pero están tremendamente frustradas, y la frustración conduce a la agresión, que se manifiesta de muy distintas formas.
-Están atormentadas por las decisiones que han tomado, quizás impuestas desde afuera, sin haber deseado esa elección. Mantienen una relación de conflicto psíquico con este tipo de eventos de su vida.
-Quieren justificar la trayectoria de su vida desacreditando la vida de otros. En ocasiones aluden al famoso enunciado : “Después de todo no estoy tan mal, mira a X”.
-Indudablemente, hablan de personas, no de ideas.
Opinan de los demás no desde un prisma global que pueda hacer entender tanto los fallos y aciertos cometidos por esa persona. Juzgan basándose en heurísticos que les anclan en el reduccionismo, la simpleza y la subjetividad.
Suelen tener unos valores que no son usados para dar calma a ellos mismos y a su entorno; sino para juzgar a los demás de forma continuada.
Carecen de hobbies y actividades que les resulten interesantes.
-Son muy poco autocríticos con lo que ellos realizan. No les gusta sentirse juzgados en una tarea que implique demostrar desempeño.
Se irritan con facilidad.

Los éxitos de los demás se deben a causas externas, inestables y específicas, y los suyos a causas internas, estables e inespecíficas a la situación. Es decir, su éxito está justificado, el de los demás normalmente es fruto del azar.
-Creen que el hecho de que su entorno estén ocupados en juicios contra otros aplazará las opiniones que estos mismos tienen de su propio desempeño.
No suelen expresar opiniones en presencia de muchas personas. No les resulta interesante como práctica, pues les puede dejar en evidencia.
– Sus críticas reflejan en la mayoría de las ocasiones el anhelo por experimentar lo que la vida les ha negado o ellos no han podido lograr.
-No se preocupan por mejorar. Consideran que la mejor vía para destacar es apagando el brillo de otras personas.
-Sus juicios pueden ser desde leves y privados; a públicos y peligrosos.
Debes ignorar a estas personas y jamás entegarles el poder de que puedan dañar tu reputación personal o profesional ante un gran número de amigos, familiares o cualquier otra audiencia.
Ante estas personas solo cabe la ignorancia como arma, aunque debamos estar alerta y preparados para que no sobrepasen los límites de nuestra intimidad a un nivel más que condenable.
“Hay velas que lo alumbran todo, menos su propio candelabro”
(Friedrich Hebbel)











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