Personas inolvidables que permanecen en el recuerdo sin óxido ni herrumbre, como si estuvieran hechas de acero inoxidable. Personas inolvidables con las que el corazón nos da un vuelco, que anudan nuestro estómago al aparecer en nuestra mente y que provocan sonrisas inquebrantables.
No es que necesariamente sean personas que han estado demasiado tiempo con nosotros, “solo” que tienen algo especial, algo que les hace destacar y que promueve un sentimiento exclusivo en nosotros. Esta carta es para ellos:
Te has pasado toda la vida conmigo, en cuerpo y en espíritu. Sin embargo, si pidieras una razón, te daría varias o quizás ninguna. Tendría que pensarlo, una vez más. Para que me entiendas, eres esa rosa azul rodeada por miles de rosas rojas.
Eres con quien compartiría un café sin hora de cierre, una conversación sin hora y un turno de noche en una vigilancia tranquila. Tienes una varita y lo que has producido dentro de mí ha sido lo más cercano a la magia que he sentido nunca. Tiene que ser algo así, inexplicable.
No hablo de amor ni de amistad, hablo de algo que tú tienes y que yo he visto. También sentido, olido y disfrutado.
Por otra parte, cuando te hablo a ti hablo de unas pocas personas, un grupo reducido. Hablo de unos cuantos corazones sobre los que he dicho que merecen la pena. Que lo valen porque irradian alegría y hacen del mundo, al que comparto con ellos, un lugar mejor. Personas de acero inolvidable.
Corazones de acero inoxidable
Te he visto ayudando a los demás sin apuntar nada en la columna del debe. He visto cómo dabas más allá de la línea roja en la que empezaba el sacrificio. No era lo que te sobraba, era aquello que también necesitabas y que no tuviste la sin razón de protegerlo con el miedo a que te lo arrebataran frente a la ilusión de compartirlo.
Te he visto irradiar alegría en momentos en los que te esperaba triste. Instantes en los que hubiera entendido que cualquiera se hubiera venido abajo, sin contar con que estabas hecho/a de acero inolvidable. Circunstancias en las que has puesto a prueba mi empatía, porque sinceramente no entendía que levantaras a los demás de un hundimiento que para ti ni siquiera contemplabas.
Te he escuchado cantar, me he perdido en tus párrafos, he leído tu letra, me he abrazado a tu poesía y he descansado sabiendo que tú estabas al mando. Contigo he aprendido que el arte tiene tantas formas como inquietudes creativas.
Porque un piano a pesar de tener pocas teclas y una canción las mismas notas, se puede tocar de maneras muy distintas.
Aunque la mayoría de las veces te has ido de la misma manera que un tren llega a una estación para recoger pasajeros, las menos has decidido quedarte un rato largo en una proximidad cercana. Una proximidad que me ha dicho que te quedarías conmigo, para siempre. Es eso precisamente lo que le da al amor un cofre de fortuna perenne.
El acero inoxidable emite luz
Acero inoxidable, de todas las formas que te he apreciado, en todas las almas en las que has habitado de manera diferente he tenido la sensación de que existías porque la persona sobre la que habitabas había conseguido reconocerse plenamente en sí misma. De ahí el hecho de que fueras capaz de poner, depositar o compartir en los demás o en lo etéreo algo inmensamente especial.
Sí, especial, esa es la palabra. No diferente, porque lo que es seguro es que aunque no te acompañaran todas esas rosas rojas sería capaz de apreciar tu color azul. Azul cielo, azul esperanza, azul mar. Tu tono brisa y tus rayos de luz o tu pasión bien entendida y descarriada. También tengo la certeza de que los demás también son capaces de ver en ti lo que describo.
No imagino un material mejor que tú para que sea el que sobreviva, para que sea el que deje un testigo en las personas que tenemos la fortuna de encontrarnos con otras a las que les has hecho la piel.
Fuente: La Mente es Maravillosa